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Resentimiento

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Resentimiento

Algún antropólogo habrá que defienda la tesis de que el resentimiento es una herramienta necesaria y útil para la supervivencia del individuo – o la especie – o ambos. Tal vez no sean antropólogos los que estudian esto, sino biólogos evolutivos, o psicólogos o alguna especie académica similar. 

Sin embargo, a los más o menos ignorantes se nos antoja el resentimiento algo más bien inútil, un lastre que arrastra el pobre infeliz que lo sufre, es decir, casi todo el mundo, y que maldito el beneficio que le puede uno sacar. No podemos evitar ser resentidos, pero el veneno del resentimiento amarga nuestras vidas sin ofrecernos otro consuelo que el fracaso ajeno. Bien mirado, tampoco es esto moco de pavo, pues al final acaban fracasando casi todos. Y si no fracasan, es posible que se mueran antes, lo que se interpreta a menudo como el fracaso definitivo.

Como si no nos fuésemos a morir todos más pronto que tarde.

¿Es o no es útil el resentimiento?

Y en caso de serlo, ¿Cómo es que una cosa útil joda tanto?

¿No es el resentimiento algo parecido a cualquier dolor, algo imprescindible precisamente por lo que jode?

Cuando se habla del resentimiento, no puede uno pasar del segundo párrafo sin mentar al pobre Nietzsche, y aquello que dijo de que el resentimiento crea valores. Los esclavos se ahogan en su resentimiento, que no es otra cosa que la absoluta impotencia. Y acaban dándole valor, decía Nietzsche, a todo aquello que los condena a la impotencia: la falta de autonomía, la docilidad, la pusilanimidad. El pobre hombre, Nietzsche digo, tal vez se hacía la ilusión de no pertenecer a la estirpe de los dóciles. Es una tentación creerse uno muy valiente encerrado en su habitación escribiendo sin descanso. En estos tiempos es posible que Nietzsche abriese un blog – o incluso se montase un podcast en su refugio de Sils Maria.

Menudo invento, el Internet, para la gran masa de resentidos.

Sin gasto significativo ni filtro efectivo, Internet ofrece un portal a cualquiera para vomitar toda las bilis del resentimiento. Esta metáfora, me consta, no es original. Tampoco tengo seguro que sea exacta pues no sé a ciencia cierta qué coño es la bilis, ni mucho menos para qué sirve. Decía que Internet le ofrece al resentido un canal a para exteriorizar su desencanto, y al mismo tiempo, engordarlo. Además de lo barato que resulta montarse uno su propia Web-site (sirve ésta de ejemplo), también puede el resentido pasearse por todos los escaparates virtuales de opinión dejando un rastro apestoso de cagadas resentidas. Odio a todo y todos, sin que importe mucho lo que piensen o sientan. Opiniones sobre opiniones. Al final, como decía, todo este ejercicio de odio no hace sino engordar el propio resentimiento. Nadie lee los difíciles e inanes partos de nuestros despechos. Las páginas de Internet, en las que tanto tiempo invierte el resentido, no las visita ni la puta madre de susodicho resentido. Y los comentarios en todos esos foros se los pasa todo el mundo por las partes de su cuerpo que consideren más infames. Sobre esto no hay unanimidad, aunque el repertorio de partes poco nobles que ofrece nuestro cuerpo es más bien limitado. 

No hay opinión a la que no se pueda oponer el resentido – esta es la naturaleza de las opiniones – ni opinador que que no se tenga bien ganado un insulto – con lo fácil que parece quedarse callado. Y ante esa marea constante de temas sobre los que puede o tiene uno que formarse una opinión – y expresarla en cuanto se presente la oportunidad – el resentido pasa sus días alimentando resentimiento y regurgitándolo al mismo ritmo, a veces también al mismo tiempo.

Es el exceso de bienestar, no cabe duda. La sociedad que nos proporciona seguridad, confort y un tiempo libre en abundancia que se acaba revelando como nuestra peor maldición. ¡Quién nos lo iba a decir! Tanta facilidad para ser feliz, tanto entretenimiento y tanto analgésico acaban poniendo de manifiesto la limitaciones de cada uno. Sin trabajos fatigosos, sin dolores que desquician, sin peligros acuciantes, y con horas de ocio por llenar se enfrenta uno a eso que realmente es, a la propia y sideral irrelevancia, a la trivialidad de todo lo que uno piensa o siente. Y claro, hay que seguir tirando, arrastrando a ese yo que no vale para nada, levantándose cada mañana con la misma cara delante del mismo espejo. El resentimiento, como dijo el pobre Nietzsche tiene el poder mágico de generar valores, de convertir todo ese desecho de mierdas que somos en una ilusión de transcendencia o sentido.  

Y así, ante esa avalancha de humanidad insignificante, el resentimiento se convierte en el motor que mueve el mundo.  

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